sábado, 29 de enero de 2011

Illia, no sólo un médico rural, un investigador de primer orden (Agustín María Barletti)


Pocos conocían las investigaciones encaradas por Illia en el terreno de las afecciones endémicas. Si bien lo veían partir muchos sábados al alba portando una caja de madera plena de coloridos frascos y vidriosos tubos, casi nadie se había atrevido a interrogarlo, con excepción de Fermín, un chango vivaracho y con el pelo revuelto.

-¿A dónde va con tanto chirimbolo don?

- A pelearme con los bichitos malos que enferman a los chicos como vos.

El interés de Illia por este tipo de enfermedades se remontaba a sus tiempos de estudiante, cuando el amanecer lo sorprendía libro en mano devorando cuanto conocimiento se le presentaba sobre la materia, para cuyo fin había traspasado las acantonadas trincheras permitiéndose sospechar el inglés, como el francés, el alemán y el italiano. En Cruz del Eje pudo constatar hasta qué punto la realidad podía mofarse de las más depuradas teorías. Sucede que hasta allí, se creía que enfermedades como el paludismo eran endémicas de las zonas bajas, anegadizas, pantanosas y de grandes lluvias, mientras que en esa región, con un promedio de precipitaciones relativamente escaso y sin la presencia de pantanos, el mal se propagaba con extraordinaria facilidad.

Como primera medida y para saber exactamente en dónde estaba parado, había realizado junto al Consejo Provincial d Higiene un completo censo sanitario rastrillando toda la zona. En Pichanas encontró al 70 por ciento de la población atacada de tracoma, junto a la abundante presencia de gérmenes pertenecientes al Chagas (enfermedad desconocida hasta entonces en Córdoba); el dispensario de Cruz del Eje revelaba haber atendido 2000 casos de paludismo y una decena de fiebre de Malta, entre la ciudad y los circuitos de Media Naranja, Los Sauces y El Brete; y el Departamento de Minas también registraba casos endémicos de paludismo desde hacía muchísimos años, pero sin asumir la proporción extraordinaria de Cruz del Eje.

-¿Cómo es posible esto? –se preguntaba sin respiro.

Necesitaba saberlo cuanto antes. El mal tendía a propagarse como un reguero de pólvora y para aguijonear el destino, se había propuesto recordar de manera permanente el caso de la escuelita provincial de Pichanas con una asistencia diaria de 100 alumnos, 60 de los cuales estaban atacados de tracoma, enfermedad altamente contagiosa. Juramentó encallecer sus nudillos a fuerza de golpear cuanto despacho administrativo encontrara a su paso. Visitó hasta el hartazgo el escritorio del doctor Stucker, Consejero Provincial de Higiene. Pero a fuerza de plantones y amansadoras, comprendió que era un incomprendido y que debía develar por él mismo un acertijo que le carcomía los sesos.

-Como en todas partes, el mosquito anópheles nace en los pantanos –le decían los dueños de la verdad-.

-Están equivocados si se quedan en la antigua teoría de los pantanos -replicaba-

-Parece que el joven doctor quiere sentar nuevas teorías –le respondían con tono burlón-.

Para consolarse ante tanta sordera, recordó el día en que llegaron a sus manos las ponencias presentadas ante la Academia Brasileña de Ciencias en 1909 donde Carlos Ribeiro Justiniano das Chagas también había sido acusado de inventar una enfermedad endémica para elevar su propio prestigio.

El primer hombre que acarició su memoria fue el doctor Alois Bechman, autor de un libro que logró hurtarle el sueño en sus épocas de estudiante. Lo había rastreado como un sabueso husmeando por claustros y pasillos de la Facultad de Medicina de Buenos Aires, hasta encontrarlo apoltronado en un sillón, durmiendo una siesta de muerte en la sala de profesores.

- Necesito la ayuda y la luz de su conocimiento –le dijo sin siquiera presentarse-.

- Espera, no se quién habla, ni de qué habla –respondió el catedrático apartando las redes de su ensueño-.

- Discúlpeme, tiene usted razón doctor Bechman, -reconoció, mientras su brazo extendido le acercaba un puñado de papeles celestes con las puntas ajadas de tanto entrar y salir del maletín-.

Los tomó y como una sorpresa que aniquiló los últimos vestigios de la modorra, depositó sus ojos en la primera foja: “Investigaciones referentes a las enfermedades endémicas en el Noroeste de la Provincia de Córdoba. Primeros resultados. Doctor Arturo Umberto Illia”.

- Con que esas tenemos jovencito, pero dígame, ¿qué lo impulsa a investigar este tipo de males en lugares secos y sin pantanos?

- ¿Usted también me ataca con este argumento? Pues sepa que investigo justamente porque se están difundiendo de forma notoria en lugares secos y sin pantanos. Necesito la ayuda y la luz de su conocimiento –repitió esta vez con un tono de súplica, mientras la vista de Bachean seguía paseando por el informe-.

- Dime, ¿en qué puedo ayudarte? –afirmó decidido-.

- Venga unos días a Cruz del Eje para ver sobre el terreno mismo este flagelo. Le digo más, parto en el tren de las nueve de la noche.

- Entiendo tu ansiosa sinceridad, pero la tiranía de mi agenda no me otorga tanta libertad.

- ¿Tal vez podría ser en el tren de la mañana?

- Tampoco –respondió con una sonrisa a flor de labios. Sacó una diminuta libreta negra de su saco e inició un acompasado vals con el balancear de las hojas hasta detener los acordes en el 15 de febrero de 1933-. Si en dos semanas exactas no estoy allí es porque la muerte sorprendió mis huesos.

- No diga eso doctor. Lo estaré esperando en la estación… -salvo que sea mi osamenta la sorprendida por la muerte, pensó-.

- Tres días estuvo el doctor Bachean acompañando a Illia en su peregrinaje de fe. Recorrió curvas y remansos del río; visitó enfermos y conoció cada rincón de cada uno de los dispensarios erigidos a fuerza de coraje y solidaridad.

- No me explico cómo con tan escasos recursos han podido hacer una campaña tan eficaz, -reconoció sorprendido-.

- No se olvide que contamos con la comunión de nuestro pueblo –explicó Illia-. Si hasta los enfermos ayudan.

- Deberías juntarte cuanto antes con tu alma gemela –agregó Bechman-, está en Jujuy luchando a brazo partido contra los mismos fantasmas. Es el doctor Salvador Maza, yo le escribiré contándole de tus investigaciones. Fue terminar de redondear la frase y encontrarse frente a hoja sobre lapicera.

- Tome doctor, escríbale ya mismo que si despachamos la carta desde Cruz del Eje habremos de ganar un tiempo precioso.

Y otra vez la sonrisa de Bachean cediendo ante las presiones de su inquieto y joven colega. Cuando dos meses más tarde estuvieron frente a frente, concedieron cabal peso la premonitoria sentencia de Bechman. Eran dos corazones que latían a un mismo ritmo, dos integridades tras un mismo sendero.

- Fíjese doctor, durante tres o cuatro años me hundí hasta el pescuezo buscando en las lagunas del Norte y llegué a la conclusión de que mis esfuerzos eran completamente ineficaces contra el paludismo. Estoy convencido de tener la solución frente a nuestras propias narices, está en los ríos jujeños los que por otra parte son similares al que veo frente a mí.

- ¿También son de lecho arenoso y con crecientes periódicas producidas por las lluvias, como éste de Cruz del Eje? Pues eso es fantástico para avanzar en nuestras investigaciones.

A partir de allí Mazza e Illia entendieron que ya no valía la pena dormir, ni comer, ni sentir. Sólo los movilizó el inconmensurable deseo de salir airosos de tan compleja encrucijada.

El ardor del verano cruzdelejeño ya no escaldaba sus cuerpos, el polvo arremolinado y furioso ya no atoraba sus pulmones, el sol del poniente ya no vaciaba sus ojos.

Edificaron piedra sobre piedra hasta que su construcción tomó la forma de un monolítico bloque de granito. Lo habían ratificado con la mayor de las certezas un día después del diluvio del 9 de julio, cuando el rugir del torrente celestial pareció sumarse al cumpleaños de la Patria.

Al dejar de llover habían comprobado sus sospechas: el río, a pesar de mantener un hilo plateado en el centro, conocía la formación de pequeños estancamientos de agua en sus partes más anchas. El mosquito anópheles, que proliferaba solamente en aguas limpias, tenía allí su morada.

Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar. Con los estudios en mano, comprobaron que el paludismo siempre había comenzado en las casas cercanas al río para sembrar desde allí su negro terror.

- teníamos razón Arturo, no es en los pantanos, sino en todo el río que debemos combatir la enfermedad,

- Así es Alberto, la solución pasa por canalizarlo y evitar la formación de los fatídicos remansos.

La teoría no poseía la más mínima fisura. Sin embargo hubo que esperar hasta el año 1936 para comenzar en serio con la canalización. Fue en un debate parlamentario cuando la Cámara alta cordobesa decidió votar una partida de 3000 pesos mensuales para estos menesteres, a instancias de un proyecto presentado por un senador departamentos por Cruz del Eje, que curiosamente llevaba el nombre de Arturo Umberto Illia.



Extractado del la novela histórica “Salteadores Nocturnos” de Agustín María Barletti, febrero de 1998. Trascripción Correligionario Merlo.

1 comentario:

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