martes, 25 de enero de 2011

Caíste, Hipólito Yrigoyen, en 1930… (Roberto Bosch)


Hipólito Yrigoyen:

A los manes de tu sombra augusta, al pie de este santuario de la democracia argentina, pido la inspiración necesaria para rendir, con mi modesta palabra, el justo homenaje a tu memoria, en nombre de la tendencia auténtica del radicalismo del país, representado por “Cruzada Renovadora”, con cuya jefatura me honro, asumo a la vez, toda la responsabilidad de mis expresiones ante el país, las instituciones y las personas.

Soñador avanzado de una generación argentina, fuiste el apóstol de una convicción latente en el espíritu nacional, a la que después de larga y dura brega, supiste convertir en una realidad democrática por legítimo imperio de la “libre y espontánea de la libertad del pueblo”, siempre sojuzgada por la arbitrariedad de las tiránicas oligarquías nativas al servicio del interés extraño.

Esta conquista –que fue tuya Hipólito Yrigoyen- pese a quien pese y cueste lo que cueste, no podrá ya ser renunciada jamás por esta generación ni por las venideras, porque es radical del propósito de Mayo y es herencia popular, tan gloriosa, que renunciarla sería condenar lo más caro de nuestra ejecutoria patria: la esencia de nuestra Historia.

Y estad seguros, argentinos, sin distinción de colores, que por ella habremos de llegar a todos los extremos des su defensa, porque si así no fuese, habríamos perdido el derecho de ser los herederos del valiente pueblo de 1810, cuyo venero guardamos con el religioso orgullo de mantener inmarcesibles los “eternos laureles” de nuestro canto nacional.

Fue esa realidad democrática que realizaste en 1916, la primera en nuestra historia constitucional, porque por primera vez el pueblo consiguió plebiscitar su mandatario, y honró en apoteosis memorable, al símbolo que fuiste –Hipólito Yrigoyen- que vino a restaurar el genio de mayo, abolido por las oligarquías imperantes, afirmación que hago sin posible rectificación.

Más: quiero dejar constancia también, con profundo dolor argentino, que fue la última, pues, si desde Rivadavia hasta Sáenz Peña, las oligarquías hicieron tabla rasa con el principio de la soberanía popular, -salvando el fecundo interregno democrático de que fuiste gestor- desde el nefasto 6 de septiembre hasta la fecha, esta tendencia arbitraria y traidora, recrudeció, como la fatalidad histórica de una desgracia, con los signos más repugnantes del fraude, la coacción, el soborno y la venalidad.

Así fue como tu anheloso empeño, de constituir una nación libre, en base a su idiosincrasia, -sin imposiciones foráneas y a impulso del propio genio nacional; y para que el progreso y la grandeza patrios no crecieran fuera de sus hormas- se truncó; pero no tus inspiraciones, que han quedado como fundamento de las fuerzas morales de la Nación en marcha hacia su reconquista: antorcha luminosa de nuestro ineluctable destino. Por eso, enhestando tu democrática figura, que tremola en el corazón de las masas como un lábaro de reivindicaciones, repetimos tus palabras: “entre los factores que contribuyan al perfeccionamiento de las sociedades, debe figurar la grandeza de los fines que se propongan, para que la imaginación pública se vea siempre alentada por nobles esperanzas hacia perdurables soluciones”, preceptos que nuestra “Cruzada” coloca en las bases doctrinarias de su lucha, a ultranza, por la soberanía integral, económica y política de la República, tan maltrecha por los últimos acontecimientos.

Caíste, Hipólito Yrigoyen, en 1930…

¿Por qué te dieron ese golpe traidor las oligarquías reaccionarias?

Oiga el pueblo argentino la respuesta:

Porque dijiste: “mientras dure mi gobierno no se enajenará ni un adarme de la riqueza pública, ni se cederá un ápice del dominio absoluto del Estado sobre ella”; y porque también dijiste: “la riqueza de la tierra, como la del subsuelo mineral de la República, no puede ni debe ser objeto de otras explotaciones que las de la Nación misma”… Y cuando te disponías a la obra, queriendo librar de las garras del pulpo nuestra riqueza petrolera, te asestaron el golpe alevoso que revocó esa primera realidad, democrática de 1916, que conquistaste después de 30 años de rudo batallar.

Largo y fragoso camino recorriste en tu vida de apóstol, entre vicisitudes y sobresaltos a brazo partido contra las oligarquías. Tu abnegada existencia, tu invariable tesón, y tu entraña radical, fueron inmolados con tu cuerpo hecho mártir; pero ten seguro que como el sacrificio hace al Santo, su ensañamiento sobre tu augusta ancianidad, despertó en los arcángeles de la democracia inmanente, el justo celo de las reivindicaciones, que será el azote para los herejes que te maltrataron y para los iscariotes que te vendieron.

Recogiendo tu mandato seremos los “cruzados”, “radicales en todo y hasta el fin”, así hubiera que “empezar de nuevo” tu obra malograda, por los que, encargados de realizarla, contribuyeron a su destrucción, traicionándola.

Palabras sacramentales de tu consejo:

“Intransigencia, abstención, revolución”…

Son sentimientos latentes en el espíritu nacional, como el “sine qua non” de la sinceridad cívica hacía la solución de la libertad integral.

Seguimos oyéndote:

“Las revoluciones están en la ley moral de las sociedades y no es dado crearlas ni posible detenerlas, sino mediante reparaciones tan amplias como intensas sean las causas que las engendran”.

Mientras que los líderes políticos no cuenten con la anuencia de las masas, jamás tendrán la posibilidad de realizar amplias reparaciones; y menos revoluciones; sólo fraguarán simples asonadas intrascendentes. Mientras las masas no sean tenidas en cuenta para elegir sus gobernantes, ellas no tendrán en cuenta éstos; y, hasta su explosión reivindicadota, permanecerán en la abstención, porque ésta “no es un recurso de política militante, sino, suprema protesta, recogimiento absoluto, total alejamiento de los poderes oficiales, para dejar bien establecido, en el presente y en la historia, que la Nación no tuvo ejercicio de su soberanía”.

La Patria no es un objeto sino un sujeto colectivo, desde que no son las cosas sino el hombre, lo que anima y ennoblece. Ella, sus ciudadanos, por dictamen de su dignidad, no acepta que le usurpen su representación con allanamiento de sus atributos; la democracia es un derecho inalienable de la dignidad popular.

Esta sagrada verdad hace inútil el empeño de hacer creer al pueblo que se le puede “representar” sin su voluntad y hace fracasar a todos los seres de aberración cívica en sus pretensiones de que se les acepte de grado. Resulta sí indigno que se califique de “morbosa inquietud” el sagrado anhelo revolucionario, de los argentinos que sueñan –y han de realizar- una patria libre y luchan contra todos los usurpadores de la soberanía popular.

A estos hijos bastardos de mayo les decimos: que el morbo solo existe en sus ridículas pretensiones, que los lleva hasta a olvidar una orden de San Martín: “no reconocerás jamás, como a gobiernos legítimos de la Patria a aquellos que no hayan sido elegidos por la libre y espontánea voluntad de los pueblos”, incurriendo en el anatema de los “infames traidores de la Patria”, con que fulmina el artículo29 de nuestra Constitución Nacional, a los que se arroguen la suma del poder público, poniendo a su merced “la vida, el honor o las fortunas de los argentinos”.

Felizmente, el pueblo conoce y comprende cuales son sus verdades cardinales. Y no ha de llegar a asentir jamás, la existencia de nada ni de nadie, que le usurpe sus derechos; de lo contrario “habría sancionado la más horrible fatalidad el crimen triunfante” y “habría dejado pendiente la histórica condenación para que, tarde o temprano, se vuelva a reproducir”. No. Nuestro pueblo es inteligente, noble, digno, rebelde y soberano. Es solo la impotencia de su organización cívica, lo que le hace comulgar con la arbitrariedad de las usurpaciones, que no tienen nunca en cuenta, para nada, el principio de la “soberanía popular, que es la libertad de la Patria”.

Insigne maestro de la democracia y el santo amor del pueblo: hemos venido a interrumpir tu tranquilo sueño para ofrendar este homenaje al exponente más alto de nuestra democracia realizada en el período constitucional; al más grande de los presidentes argentinos, porque fuiste el único ungido por la voluntad de tus ciudadanos; y al paladín esforzado de la emancipación del continente…

Tu cuerpo es, aunque inerte, la bandera reivindicadota de la argentinidad, y día llegará en que como un simbólico estandarte, podamos llevar el ataúd que guarda tus restos, para colocarlo junto al sillón presidencial, cubierto por las insignias que te arrebataron aquél día nefasto para la Patria, para que desde allí pasen a las manos de un presidente plebiscitado como tú “por la libre y espontánea voluntad del pueblo”.

Yrigoyen:

Te dejamos estas flores. Sus colores son la expresión del vivo fervor de nuestro sentimiento patriótico; su fragancia, la expansión del aliento que nos anima en la lucha; y su frescura el recuerdo constante de tu simbólica figura democrática, encarnada en el más grande de los mandatarios argentinos.

He dicho.


Como entiende “Cruzada Renovadora” al intérprete del Radicalismo auténtico a través de la palabra de su jefe: Roberto Bosch. Discurso pronunciado en la Recoleta el 3 de julio de 1943 con motivo del Homenaje realizado en el décimo aniversario de la muerte de Hipólito Yrigoyen. Extractado del libro “Cruzada Renovadora de la U.C.R. es historia porque pudo haber triunfado” de Renzo R. Breglia, 1999. Trascripción Correligionario Merlo.

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