viernes, 20 de noviembre de 2009

Los gobiernos pueden labrar la felicidad de los pueblos (Hipólito Yrigoyen)


LI

Lo que importa, pues, es discernir el bien que hemos alcanzado y corresponder fielmente a sus consagraciones. La Nación que está investida de virtudes todopoderosas, debe trascender las más altas idealidades y las efectividades más encumbradas.
Los gobiernos pueden labrar la felicidad de los pueblos, orientando sus actividades en el movimiento integral de las acciones. En la verdad de la ley pareja y de una justicia social humanista y cristiana que tienda a resolver los derechos de los que menos tienen, armonizados con los poderosos, que lo tienen todo, hay campo para aplicar lealmente los preceptos de la Reparación nacional. Pero, en cambio, si ello se desestima, y se tiende únicamente a la prepotencia de la fuerza indiscriminada, que escuda la impunidad y la injusticia, y sanciona los fueros del privilegio, fatalmente se rueda por la pendiente que precipitaría al país al caos de la anarquía y la disolución.
Las grandes y justas aspiraciones impresas a las obras de los pueblos, demandan devociones patrióticas elevadas, y a veces, estoicas determinaciones en la afirmación de la propia fe. Pero la victoria pertenece siempre a los insobornables y limpios de conciencia y corazón. Por ello, la Nación debe ofrecer el ejemplar espectáculo de todas las actividades políticas, en lo social, económico y cultural, actuando en los escenarios conquistados por la libertad, a cubierto de la violencia y de las imposiciones sojuzgadoras que caracterizan el pasado.

LII

La salvación de la República estuvo concretada en las energías reparadoras que no solamente emanciparon y ennoblecieron la vida pública, sino que ensancharon ampliamente sus horizontes. Por tanto, no debe consentirse en desviaciones que interfieran la orientación histórica que con sublime heroísmo se trazó, porque sería ello renunciar a las grandezas que suman nuestra prócer predestinación.
La República Argentina, cumplirá fatalmente con su alto destino, consagrando la libertad y la justicia en sus representaciones públicas, como signo inconfundible de su tradición histórica, guardando leal armonía con su origen preclaro y abriendo nuevos escenarios a los perfeccionamientos de la vida universal.
Resta ahora que sus bases jurídicas se consoliden en absoluta correspondencia con sus fines. Sólo falta que este movimiento lleve la plenitud de su espíritu y su savia regeneradora al organismo social y político de los gobiernos, comunicándoles desde su elevado ámbito el estímulo del ejemplo, uniéndose al paso para prolongar los mandatos de la historia. Atender nada más que el resultado inmediato, es entregarse inerme ala inconsistencia de la hora subsiguiente, que llega con su necesidad premiosa exigiendo a veces la virtud que menos teníamos decidida. Debemos afirmarnos en el convencimiento de que la solución debe buscarse tal como la hemos planteado con los más austeros preceptos morales y las legítimas consagraciones públicas, para así extinguir la planta maldita de las bastardas ambiciones y los subalternos aprovechamientos. Así cada día que avanza el tiempo, nuestras concepciones seguirán penetrando con mayores lucideces y con ejemplares enseñanzas en la declaración histórica de constructivas irradiaciones. El dogma político abarcará el desarrollo completo de la vida integral del país.
Se juzgará que mis preocupaciones y mi pensamiento resulten redundantes con la insistencia que giran alrededor de una idea central y dominante. Pero no es así. Debo encarar la cuestión fundamental de la supervivencia de la reparación nacional, con el mismo interés patriótico que si se tratara de la supervivencia de la Nación, ya que ambas integran la realidad de un mismo destino.
De nada vale ninguna dignidad pública que no esté avalada por la certitud y la caracterización moral de aquel que la formula o aquellos que han hecho lo contrario de lo que ese juicio establece. Las inspiraciones del sentimiento patriótico tienen que guardar una absoluta armonía con la inflexibilidad que caracterizó la contienda nacional. La tarea que nos impone ese responsable deber es ardua, pero es necesario construir fundamentalmente la Nación, en la aplicación de auténticas soluciones de bien público.
Si cuando por medio de una unánime sanción nacional llegamos al gobierno -en una justa electoral desventajosa- buscando las cancelaciones del desastre causado por el régimen al país y a la ciudadanía, se creía va haber alcanzado la solución final; si ella se desviara, en defecciones culpables, el descontento nacional no tendría límites, porque ninguna tragedia moral para los pueblos es mayor que la que se origina en la frustración de sus esfuerzos o el malogro de
sus conquistas. En ese caso la pérdida de la fe es un crimen de lesa patria.
La obra histórica misma, quebraría su continuidad en el tiempo si se la interceptara en su vigencia en la acción de gobierno, rescatando de la conciencia ciudadana sus benéficas idealidades y su espíritu renovador. El hombre de Estado fracasará siempre que no se proponga esforzadamente a extinguir las causas que malogren el desenvolvimiento natural de los pueblos, aplicando los resortes constitucionales y el orden jurídico con sabia escrupulosidad. No puede haber ficciones morales, políticas ni sociales que lo determinen para excusarse de cumplir los requerimientos esenciales de la comunidad. Los gobiernos que en tales oportunidades han sabido responder honradamente a esas esperanzas y a las aspiraciones de bien público, llenaron ciclos de la historia, e impusieron a las naciones la marcha del progreso y la felicidad. El carácter y la conducta no se revelan sólo al afrontar las imposiciones de las causas, sino que se expanden en sus influencias afirmativas, cuando llegan a solucionarlas con acentuaciones definitivas.
Por ello, el gran propósito cuyo signo es el de la suprema ley de la Nación, será mantenerse a la altura del mandato representativo, en la línea del decoro y rectitud que emana del precepto dogmático de la causa.
Dentro de las normas que fijan esos sabios preceptos de la Reparación, la concepción del Estado debe sustanciarse con mayor amplitud para responder a las exigencias perentorias de la Nación. La soberanía en sus expansiones definidas reclama la política tan lúcidamente sentida por el país, como reflejo de todas las inspiraciones del patriotismo, en la aplicación integral de las condignas soluciones.

Hipólito Yrigoyen. Mi Vida y Mi Doctrina

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