viernes, 9 de septiembre de 2011

Sin Balbín. Frente al ataúd (Juan Carlos Pugliese)



En estos momentos chocan en nuestros espíritus impresiones contradictorias. Al hacer uso de la palabra en nombre del comité de la Unión Cívica Radical de la provincia de Buenos Aires que, como también para Hipólito Yrigoyen, era su provincia amada, despido los restos de nuestro hermano, de nuestro amigo, de nuestro maestro, de nuestro jefe. Y digo jefe, no en la acepción de mando y subordinación, sino en la acepción que damos nosotros, a aquel de los amigos que sobresale entre los demás, a quien le reconocemos la superioridad de virtudes y llamamos cariñosamente jefe.

Por un lado, me embarga un sentimiento de honda congoja e íntimo dolor ante la desaparición física de Ricardo Balbín, con quien todos compartiéramos tantas horas, tantos días, tantos años de luchas y esperanzas. Y por otro lado, invade mi espíritu una sensación de serena placidez, casi diría reconfortado el ánimo en una melancólica alegría que produce el hecho de que en el momento supremo del tránsito definitivo del hombre que en el país fue llamado el eterno derrotado, alcance el objetivo máximo de su vida, como lo constituye el acercarse a la última morada en brazos del pueblo que tanto amó.

No somos nosotros en este momento quienes depositamos en este ataúd los elogios más elevados, no somos nosotros quienes usamos los grandes ditirambos. Son quienes no pertenecen a nuestras filas, muchos a quienes combatimos y nos combatieron ardorosamente, quienes han agotado los adjetivos laudatorios ante la desaparición de tan insigne personalidad como la de Ricardo Balbín.

Nosotros solamente queremos decir, con la brevedad necesaria de estos momentos, que es impensable la figura de Ricardo Balbín sin la Unión Cívica Radical, no es Balbín quien hace a la Unión Cívica Radical, sino la Unión Cívica Radical la que produce a Balbín, a su historia, su hondo contenido nacional, sus hondas pulsaciones humanas, su lucha por la justicia, su protección al desposeído, su prédica por la paz, el hombre puesto en el centro de las preocupaciones, consideró medios instrumentales a la economía, la educación y la salud pública. Este partido histórico, casi centenario ya, es el que con sus ideales nacionales produce cuantas veces sea necesario estos hombres que hoy glorificamos nosotros y glorifican también nuestros adversarios, transformados por la magia de la democracia en los amigos de la unión de los argentinos.

Esta fue la tarea que se impuso Ricardo Balbín al servicio de la Unión Cívica Radical y de su pueblo. Nadie puede temer, ni siquiera sospechar, mucho menos recelar que la Unión Cívica Radical abandona estas banderas porque haga un alto en el camino para rendir este acongojado homenaje. Ya lo dijo Balbín: “No importa quien lleve el palo, lo que importa es la bandera”.

Y ése es nuestro compromiso de honor. Balbín fue toda su vida un intransigente, un duro, en el mejor sentido de la palabra, porque no es duro solamente quien expresa dureza verbal, sino quien tiene la solidez de vivir de acuerdo con sus principios contra viento y marea, aun usando buenos modos, porque los buenos modos no ocultan ni disfrazan el coraje y la valentía para defender las ideas que ennoblecen una vida como la de Balbín. Y esta intransigencia y dureza se manifestó en sus años juveniles contra quienes pretendían cerrar a los hombres del pueblo y de las extracciones humildes, de nuestras grandes migraciones de principios de siglo, cerrarle la Universidad que la Reforma había abierto para que circulara por ella el aire fresco de la democracia, de la igualdad y del acceso a los conocimientos. Por eso fue un ardoroso reformista, un ardoroso luchador estudiantil y por eso recibió allí las primeras sanciones de su vida.

Luego debió luchar duramente contra las deformaciones de la voluntad popular, el aniquilamiento del sufragio para devolver al país el uso de su soberanía, de sus derechos conculcados, quizá a veces como medio para desconocerle las necesidades más primarias en beneficio de una minoría antinacional y antipopular. Siempre una conducta intransigente y dura. Electo legislador, renuncia a la banca porque sus principios le impiden entrar a una Legislatura por la vía de comicios manchados por los vicios del dolo y el fraude.

Y así continuó su lucha. Cunado creyó y creíamos honradamente que, por aquellas circunstancias de esta minoría oligárquica responsable, hubo una reacción popular que constituyó un gobierno que deformaba las esencias democráticas y que abusaba de su mayoría en detrimento de la minoría, lo combatió con dureza.. pero a medida que pasaron los años, un examen atento de la realidad argentina le permitió al pensamiento lúcido y claro de Balbín reconocer que esta división horizontal que estábamos realizando entre los sectores del pueblo, no tenía como beneficiario a la Unión Cívica Radical, sino a los herederos de aquellas pequeñas minorías oligárquicas que se iban transformando en una nueva oligarquía financiera con la misma capacidad y con menor brillantez de aquella oligarquía a la que habíamos combatido.

Cuando se advirtió que únicamente la unión de las fuerzas populares podía representar un frente suficientemente fuerte para derrotar a esta minoría en número, pero poderosa en recursos y vinculaciones con el exterior, es cuando Balbín se lanza, pagando todos los precios que fueran necesarios para buscar el camino de la unión. La Asamblea de la Civilidad, primero: La Hora del Pueblo, después, intentos que demostraron que existía en el país la posibilidad de sentarse a una mesa para hacer el examen de esta realidad argentina que angustiaba a los partidos populares y a nuestro pueblo a quienes representamos.

Así llegamos a esta última etapa en que Balbín paga otra vez los grandes precios políticos que pagan los grandes y avanza hacia el gran adversario para darle la mano. Y si una puerta del frente no está fácilmente abierta, en aras del país saltamos las tapias de atrás para obtener como beneficio la unión del país entero. Entonces, como dijo Balbín, el país se amigó abajo y hombres que no se hablaban comenzaron a hablarse. Aquella actitud que permitió incluso despedir los restos del “gran adversario” como los de un amigo, dio la base de sustentación para que este último acto de Ricardo Balbín propiciando la convocatoria a todo el país e integrando la multipartidaria que produjo un impacto más allá de nuestras propias especulaciones, señal de que habíamos acertado con el método y con el momento oportuno para producir la posibilidad de encontrar entre todos las mejores soluciones para el país.

Algunos intelectuales que siempre están al servicio de los que pueden pagar, que se llaman a veces a sí mismos filósofos, recuerdan de Balbín la etapa de su violentos discursos contra la deformación de los gobiernos que atentaban contra la democracia. Nunca le reprocharon ni le elogiaron la lucha contra el fraude de la oligarquía, pero dicen que del Balbín de los últimos años es mejor no hablar. Es lógico, porque aquellos que reniegan de un enorme sector de nuestro pueblo porque apoyaron a un régimen extraño a nuestros ideales puros, sobre nuestras concepciones democráticas, no hicieron contra ese régimen más que ir a la plaza a escuchar los discursos de Balbín. No perdona quien no ha sido agraviado, no se reconcilia quien no se ha peleado. Por eso nosotros nos podemos reconciliar en el país, porque con Balbín a la cabeza peleamos; porque con Balbín a la cabeza, nos agraviamos y en este momento ponemos la unión del país bajo la vocación de la fuerza espiritual de la Iglesia que nos llama a la reconciliación nacional y la reconciliación no pude hacerse más que con los contrarios. No la pueden hacer los pseudos filósofos que nunca salieron de sus casas, para enfrentar lo que nosotros enfrentamos y cuando lo enfrentaron era porque estaban heridos sus intereses económicos y no su pensamiento cristiano de defensa de las libertades políticas.

Por eso, cuando nosotros estuvimos en el gobierno, las libertades políticas fueron respetadas. Ni un solo día de estado de sitio y sin embargo, el país creció en porcentaje nunca alcanzado hasta ese momento. Con libertad, nadie pudo quejarse de que hubiera un solo preso político, de que hubiera alguien que no pudiera expresar su voluntad. Sin embargo, ese gobierno que no pudo ser acusado de demagogo, que no pudo ser acusado de populista, ni de facilista, ni de voluntarista, que no pudo ser acusado de corrupto porque la honradez de sus hombres brillaba sin necesidad de elogios ni de palabras, también ese gobierno fue desalojado, por lo que tendremos que advertir que hay una constante que no es entre gobiernos militares fuertes y gobiernos civiles débiles, sino que hay una constante entre gobiernos defensores de los intereses populares y minorías que, desgraciadamente, manejan los oídos de nuestras Fuerzas Armadas e impiden hasta aquí que ellas con nosotros se unan porque las queremos, porque no las consideramos una circunstancia, porque son las Fuerzas Armadas de nuestros país, porque estamos con ellas en la defensa de los intereses nacionales y de la soberanía, ya sea del territorio o de la riqueza nacional, porque queremos bajo la vocación de la Iglesia que se incorporen a esta unión nacional las fuerzas de nuestras armas, que todos pagamos para que en el país se haga el sueño de Balbín: un gobierno del pueblo, para el pueblo y con la defensa de la fuerza necesaria para no ser desalojado por las minorías inquietas que han renunciado al sufragio, porque son capaces de ofrecer una alternativa al pueblo capaz de ser votada mayoritariamente.

Ese es el trabajo de Balbín. Nadie nos lo va a arrebatar, nadie usará a Balbín contra la Unión Cívica Radical. No es Balbín el interlocutor válido que se va y no quedan en este partido interlocutores. La unión Cívica Radical tiene 90 años y en su transcurso perdió líderes de la magnitud de Ricardo Balbín y seguimos andando los caminos de la historia nacional. Hace pocos días, cuando estábamos alimentando el sueño de que el viejo jefe peleara hasta el final y saliera adelante del mal que lo aquejaba, su hijo Osvaldo me dijo que en los últimos momentos de lucidez, le había dicho: “¡Qué lástima, ahora que falta tanto por hacer!”. Este es el mensaje, radicales y hombres del pueblo argentino. Falta mucho por hacer.

Falta completar esta obra a la que han apuntado los cañones desde todas las direcciones, porque este impacto multipartidario hizo salir a la superficie trabajos políticos que se estaban armando y tuvieron que mostrarse al país con esa orfandad de ideas que los caracteriza y con el cinismo de imputarle a los demás carecer de las ideas que ellos no tienen ni le pueden ofrecer al país.

Señoras, señores. No hemos necesitado esta tarde, en nombre del radicalismo de Buenos Aires, recurrir a la hipérbole. No hemos necesitado agotar los adjetivos de nuestro rico idioma nacional, hemos simplemente relatado brevemente una pequeña historia que tiene que hacer reflexionar a los argentinos. No lloramos a este muerto ilustre que nos deja tantas cosas, que nos deja tantos ejemplos, que nos enorgullece y nos llenan de vanidad los elogios que escuchamos de los hombres que enfrentó. Que hermosa vida la del que comienza peleando y termina reconciliado con sus más tenaces adversarios, sin un enemigo, rodeado de amigos y habiendo podido cumplir esta síntesis humana de ser un joven ardoroso, un hermano solidario y orgulloso de sus hijos, un abuelo chocho con sus nietos. Un hombre de esta naturaleza humana, que no tuvo más que familia y vocación política para el pueblo, que debe haber asistido a cuatro o cinco recepciones en su vida, que no gozó de ninguno de los placeres, ni los quiso, que la vida podía darle a los hombres que alcanzan su posición. Este gran ejemplo de este gran tribuno, de este gran demócrata, de esta gran figura, no es solamente un ejemplo, es una orden que nos viene de ahí para que nosotros la cumplamos.

Y si estas banderas no reciben de nosotros los máximos esfuerzos y sacrificios, seremos traidores a la causa del pueblo. Yo digo aquí que no tenemos pasta de traidores y puede dormir tranquilo nuestro hermano, nuestro amigo, nuestro maestro, nuestro jefe, que la lección ha sido aprendida. La juventud enriquece nuestras filas y hoy levanta banderas en torno de su ataúd, banderas que llevarán recorriendo todos los caminos del país, en triunfo, como ya se está anunciando, con la guitarra que él pulsó transformada en estridente clarín de victoria.



Discurso del presidente del Comité de la provincia de Buenos Aires de la U.C.R. al despedir los restos de Ricardo Balbín, en el cementerio de La Plata, el 11 de septiembre de 1981. Trascripción de Correligionario Merlo del libro “Balbín Un Caudillo, un ideal” Editorial Abril. Coordinación de edición Carlos Quirós.

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